Desgraciadamente las limpiezas étnicas vuelven a estar presentes en el discurso público. En esta ocasión ya no se trata de procesos que han ocurrido o estén ocurriendo en algún lugar del mundo—como pudieran ser los rohinyás en Myanmar—sino la limpieza étnica como proyecto político. Al menos esto es lo que reflejan las declaraciones del presidente de EE.UU., Donald Trump, al abogar por la expulsión de los palestinos de la franja de Gaza sin la opción de retorno para convertir este territorio en un resort turístico.
Nada de lo anterior es anecdótico si se tiene en cuenta que el presidente Trump ya ha hecho otras declaraciones del estilo en el pasado, aunque en contextos completamente diferentes. Esto es lo ocurrido, por ejemplo, con el debate sobre la inmigración que existe en EE.UU. y su propuesta de expulsar a 11 millones de personas, lo que se ha combinado con declaraciones controvertidas acerca de la amenaza que los inmigrantes representan al manchar la sangre de los americanos.[1] La limpieza étnica parece ser, por tanto, un proyecto que refleja la voluntad política deliberada de unos funcionarios electos que, además, cuentan con el apoyo de amplios sectores de la población. No hay que olvidar que Trump ha sido elegido democráticamente por una mayoría de 77.302.580 de votos frente a los 75.017.613 obtenidos por su rival Kamala Harris.[2]
EE.UU. y Trump no son una excepción. En Europa existen organizaciones políticas que de un modo u otro apoyan este tipo de medidas dirigidas a expulsar a la población extranjera. Este es el caso de, por ejemplo, Alternativa para Alemania (AfD). Björn Höcke, uno de los líderes de esta formación, se ha manifestado públicamente favorable a la deportación masiva de inmigrantes y de los hijos de inmigrantes que no sean considerados “asimilados culturalmente”.[3] No hay que olvidar que a principios de 2024 trascendió que diferentes líderes de AfD se habían reunido en noviembre de 2023 en Berlín con destacados influencers neonazis y hombres de negocios para discutir un proyecto de deportación de millones de inmigrantes, incluso si estos poseen la ciudadanía alemana. Así pues, la deportación también incluiría a aquellas personas que desde el punto de vista de estos extremistas de derechas tuvieran raíces extranjeras y no se hubiesen adaptado a la mayoría de la sociedad.[4] La noticia fue tan escandalosa para la opinión pública que AfD tuvo que desmentir públicamente que hubiese algún tipo de plan de esta naturaleza.
Lo llamativo es que estos proyectos de limpieza étnica han germinado en el marco de sistemas políticos democráticos, y no son la consecuencia de la acción política de un sistema totalitario. Esto desmiente la idea de que la democracia necesariamente es contradictoria con los regímenes totalitarios, algo que ya ha sido tratado con gran detalle,[5] sino que, por el contrario, esta crea las condiciones tanto para su posterior evolución hacia alguna forma de totalitarismo como para la adopción de políticas abiertamente totalitarias, tal y como sucede con la limpieza étnica. Desde el punto de vista del sociólogo angloamericano Michael Mann, la identificación de un “demos” con un “etnos” constituye el lado oscuro de la democracia, pues este sistema político tiende hacia la homogeneidad social, de manera que la diversidad étnica y cultural puede terminar, y de hecho termina en algunos casos, siendo reprimida. Así, los fenómenos de limpieza étnica se producen también en regímenes democráticos o en vías de democratización cuando un determinado grupo etnonacional reivindica su propio Estado en un determinado territorio frente a otro grupo étnico. El conflicto resultante y el desencadenamiento de guerras es la causa inmediata de la limpieza étnica de territorios enteros.[6]
El Estado español no es ajeno a este tipo de proyectos políticos, como así lo demuestra la agenda política de los demofascistas de la Revolución Integral (RI). Este artículo se propone examinar con detalle su intención de expulsar a los extranjeros del continente europeo y la argumentación racista, basada en la defensa de los genes blancos europeos, para defender este proyecto. Asimismo, cabe aclarar que todo esto, a su vez, es relacionado con el sistema político que propugnan, la democracia directa, y que confirma lo dicho por otros autores, como el propio Michael Mann y lo recogido en artículos anteriores, que este tipo de sistema puede dar lugar a procesos de limpieza étnica y, en definitiva, a la comisión de crímenes contra la humanidad.[7] Para demostrar todo esto, el artículo se basa en los textos y el programa político de los demofascistas.
La limpieza étnica de Europa
Aunque ya se ha explicado con anterioridad en el artículo Demofascismo, cabe señalar que el demofascismo no es más que una expresión de rojipardismo al ser una combinación de elementos ideológicos procedentes de los polos opuestos del radicalismo político. Así, la propuesta política de los demofascistas se resume en instaurar una sociedad totalitaria basada en la tiranía de las mayorías.
Los demofascistas abogan por una limpieza étnica del continente europeo. Para ello se basan en una serie de teorías de la conspiración, como son las del gran reemplazo y el genocidio blanco, que fueron explicadas con mayor detalle en Demofascismo e inmigración: la nueva guerra racial y en Demofascismo y conspiracionismo. Sin embargo, existe un sustrato ideológico que permea este objetivo político, y no es otro que el etnonacionalismo.
Así pues, el discurso demofascista refleja un poderoso ultranacionalismo de base étnica en el que la defensa de los genes europeos se convierte en un asunto crucial e incluso imperativo: “Esos genes han de permanecer, no desaparecer”.[8] Según los demofascistas, es fundamental que los europeos puedan preservar sus genes a través de la natalidad, pues es la forma de impedir el genocidio que supuestamente está perpetrándose contra ellos. Esta tarea se convierte en una responsabilidad ineludible de todo individuo. De hecho, la narrativa demofascista sugiere que esto constituye un deber para con el pueblo, una obligación para que los genes tengan continuidad y garantizar de esta forma la supervivencia tanto del pueblo como del propio linaje.[9] Esto significa, asimismo, una estrategia para combatir el mestizaje, de tal forma que implícitamente se sugiere que esos genes no deben mancharse con los genes de otros pueblos procedentes de fuera de Europa.[10] Este planteamiento sugiere que el individuo no tiene derecho a utilizar sus genes como mejor le parezca, pues estos pertenecen a la comunidad en tanto legado de sus antepasados, siendo él o ella un mero depositario. De esta forma, el individuo no es libre para escoger qué hacer con su herencia genética, pues en caso de mezclarla con los genes de pueblos foráneos, o simplemente decidir no transmitirla, se convertiría en un traidor a su pueblo y a sus ancestros.[11] Los demofascistas lo expresan del modo siguiente: “Pero la responsabilidad no es solamente de las instituciones económicas y políticas, también lo es individual, de quienes no desean tener hijos, mujeres y hombres. Esta actitud no es sólo irresponsable, incívica e inmoral sino además suicida (…)”.[12] Es un suicidio porque supuestamente no tener hijos condena indefectiblemente a la soledad y a no poder afrontar el futuro colapso apocalíptico del sistema actual. E implícitamente también es un suicidio para la comunidad genética de pertenencia.
La similitud de la narrativa demofascista con algunas declaraciones de Donald Trump son más que obvias, lo que remite al mismo sustrato ideológico de la extrema derecha. Todo esto refleja, también, la conexión que el argumentario demofascista tiene con el materialismo biológico y especialmente con la biopolítica. En este sentido, los postulados demofascistas están emparentados con las corrientes eugenésicas y salubristas que se forjaron durante el s. XIX, el racismo y, en definitiva, el totalitarismo más rampante que eclosionó con especial virulencia durante el s. XX con el nazismo. A tenor de lo antes descrito, los demofascistas constituyen la vanguardia de una nueva moral biológica con sus postulados biopolíticos. La vida de las personas, en tanto miembros de una comunidad genética determinada, en este caso los europeos blancos, se convierte en objeto de la política para los demofascistas. Esto implica la adopción de una serie de medidas dirigidas a controlar la herencia genética y, de este modo, a sus portadores para, así, llevar a cabo un proceso de normalización a nivel étnico que mantenga la homogeneidad y continuidad genética de la población frente a la amenaza representada por otros grupos étnicos con sus respectivas herencias genéticas. Se trata de un planteamiento que es al mismo tiempo totalitario y democrático, tal y como se explica en Demofascismo, en la medida en que este tipo de tiranías persiguen la homogeneidad social y desprecian completamente al individuo al negarle toda autonomía.
Así pues, el proyecto de los demofascistas consiste en implantar su propia sociedad biopolítica, lo que entraña una moral biológica que implica perseguir aquellos comportamientos que son considerados dañinos para la herencia genética de los europeos blancos. Se trata, en definitiva, de una estrategia de poder dirigida a controlar la vida de las personas. Todo esto se desarrolla a través del control de la sexualidad con la implantación de prototipos de normalización, regulaciones, restricciones, etc., establecidas por la autoridad central.[13] En el caso de los demofascistas es la asamblea popular soberana la encargada de mantener la homogeneidad genética, darle continuidad y preservarla frente a la contaminación de otros grupos étnicos. A esto se une una política natalista dirigida a multiplicar la descendencia de europeos blancos para impedir que sean arrollados por otras razas procedentes de fuera de Europa. “Tener hijos como sea, en cualquier circunstancia, es decisivo para que Europa tenga futuro y no sea barrida”.[14] Esto último implica, a su vez, la promoción de una sexualidad heterosexual orientada fundamentalmente a la reproducción, con todas las consecuencias que de ello se derivan en relación con el papel que se le pretende asignar a la mujer en dicho modelo de sociedad.[15] Los demofascistas lo expresan tal y como sigue: “El sexo es el sistema establecido por la naturaleza para dar continuidad a las especies. Por eso, en esta hora dramática, todo lo más importante depende del sexo. (…) Contra el genocidio europeo en curso lo más decisivo es tener hijos, que nazca gente autóctona, nativa, aborigen, para que así no culmine la limpieza racial, la sustitución étnica en curso”.[16]
Asimismo, los postulados biopolíticos de los demofascistas plantean importantes incógnitas sobre el lugar que le correspondería en su modelo de sociedad a aquellas personas que optasen por no reproducirse, o que desarrollasen prácticas sexuales no reproductivas o, sencillamente, desafiasen los cánones de la moral biológica de este tipo de sociedad como, por ejemplo, los homosexuales y las lesbianas. Probablemente serían castigados de algún modo por no cumplir con sus obligaciones para con su comunidad genética de pertenencia, o se les negaría el derecho a existir. En este sentido, es muy clara la valoración negativa que los demofascistas hacen de las prácticas sexuales no heterosexuales o no reproductivas, pues a su parecer son una de las causas del supuesto genocidio de los europeos: “(…) se anima a niños y a jóvenes a practicar la homosexualidad, se promueve la masturbación a través de la industria del porno (…)”.[17] Todo parece indicar que los demofascistas persiguen construir una sociedad en la que el individuo no tendría libertad a la hora de decidir cómo y con quién mantiene relaciones sexuales.[18]
El etnonacionalismo demofascista no sólo es racista, lo cual es expresado de un modo explícito en ocasiones, como ocurre con la teoría conspiracionista de que existe un complot de los negros con los poderes mundiales para dominar el planeta. También implica un segregacionismo racial que parte de la premisa de que cada raza debe ocupar un lugar geográfico específico. Todo esto deriva de una mentalidad comunitarista en la que la realidad social es enfocada a partir de la existencia de comunidades imaginadas,[19] lo que en el caso de los demofascistas es hecho a través de las razas o grupos étnicos. Como consecuencia de este enfoque, el individuo no existe por ninguna parte, no cuenta nada, pues las personas se deben a su comunidad a la que tienen que supeditarse, de manera que no tienen derechos frente a esta, por lo que deben cumplir con las obligaciones que tienen con ella y que en modo alguno han elegido.[20] Esto excluye, naturalmente, el derecho a ir a un país distinto del propio para trabajar honradamente y ganarse el sustento. “Hay que recordar a los emigrantes los deberes políticos, morales, convivenciales, sociales y emocionales que tienen para sus pueblos de origen, sus culturas y sus gentes. Y de lo políticamente perverso y moralmente inadecuado que resulta que vengan a Europa a hacer ganar más dinero a las oligarquías capitalistas (…).”[21] Ciertamente los trabajadores foráneos, al igual que los nativos, hacen ganar dinero a los capitalistas, pero también ofrecen servicios necesarios de los que la gente común se beneficia y por los que son remunerados. Sin duda, los demofascistas tienen una visión parcial, sesgada y dicotómica de la realidad fruto de su mentalidad totalitaria y violenta.[22]
Los demofascistas proponen un segregacionismo entre razas en función de la adscripción geográfica que se le supone a cada una, de ahí su insistencia en afirmar que África es para los africanos. Esta aserción, que inicialmente parece razonable, tiene más sentido si se entiende al revés, que es la intención a la que obedece y que incluso es expresada explícitamente por los demofascistas, y se lee en su lugar como los africanos para África: “Se debe convencer a los africanos instalados en Europa que vuelvan a sus países de origen, que abandonen Europa. Esto es decisivo”.[23] “Con estos [los inmigrantes africanos] tenemos que ponernos serios, severos, y decirles con claridad que no han sido llamados por los pueblos europeos y que no pueden estar aquí. Que tienen que marcharse”.[24] Se insiste una y otra vez en que los trabajadores extranjeros no tienen derecho a permanecer en suelo europeo, que este continente no es su lugar: “Los emigrantes aquí establecidos deben ser persuadidos, como se ha dicho, para que retornen a sus países (…). Se les debe demandar explicaciones sobre su venida, como se ha expuesto, (…) para correr tras el dinero y el consumo en una Europa ajena”.[25] Los demofascistas no dan detalles sobre el modo en el que pretenden persuadir a los inmigrantes para que abandonen el suelo europeo, pero de lo que no cabe duda es de que algo así no podría conseguirse sólo con palabras y buenas intenciones.
El proyecto político demofascista pasa por expulsar a todos los inmigrantes de Europa por razones puramente ideológicas, es decir, para materializar sus aspiraciones segregacionistas a escala mundial y la preservación de la pureza de los genes de los europeos blancos. Se trata de hacer una limpieza étnica a gran escala en el continente europeo. No tienen en consideración que tamaña irracionalidad, además de ser inmoral, supondría un daño económico fulminante para los pueblos europeos. Valga de ejemplo que en el Estado español hay aproximadamente 5 millones de trabajadores extranjeros.[26] Si fueran expulsados, la economía se hundiría estrepitosamente. Sería una absoluta ruina y el país se sumiría en el caos. Por ejemplo, y contrariamente a lo que plantean los demofascistas, la expulsión de los extranjeros no favorecería el pleno empleo.[27] Por el contrario, a nivel inmediato el paro crecería alarmantemente entre la población local, pues muchos trabajos dependen del consumo de la población extranjera o de su trabajo en las cadenas de valor. Las deportaciones sólo contribuirían a agravar el problema del desempleo hasta niveles espantosos.
Incluso si se ignora lo anterior, hay que considerar que en el Estado español ya hay aproximadamente 2,7 millones de desempleados, los cuales no son todos españoles, además de existir un sector importante de desempleados con una edad avanzada, mientras que otros, por razones diversas, como la salud, probablemente sean irrecuperables y, por tanto, inhábiles para el trabajo. Esta mano de obra no sería suficiente para cubrir el vacío que dejarían los trabajadores extranjeros expulsados. A esto hay que sumar que los desempleados locales pertenecen a profesiones diferentes, y que a nivel inmediato no podrían reubicarse en los sectores de los trabajadores extranjeros, pues esto requeriría un proceso de formación previo que, dependiendo de cada caso, podría durar entre unos pocos meses a varios años. Asimismo, la deportación de todos los trabajadores extranjeros dañaría severamente, y quizá de un modo irreversible, las condiciones de vida de la población local como consecuencia del hundimiento de la economía y la ruina que ello traería en forma de miseria, enfermedad y escasez de multitud de bienes y servicios básicos. Este escenario empeoraría drásticamente las previsiones demográficas al aumentar la mortandad, la esperanza de vida descendería hasta niveles alarmantes, mientras que la tasa de fertilidad se desplomaría irremediablemente a niveles próximos a 0 hijos por mujer, además de alentar la emigración de la población a otros países, algo que, dicho sea de paso, ya ocurre. Sólo en 2022 emigraron 426.000 personas, lo que supone una pérdida de valor del capital humano total en el Estado español de aproximadamente el 0,96% del PIB, equivalente a 154.800 millones de euros. En un escenario de expulsión masiva de trabajadores extranjeros, la emigración desde el Estado español adquiriría proporciones inéditas que ahondarían el daño económico a una escala inimaginable.[28]
Los trabajadores foráneos son necesarios en multitud de sectores, pues aportan valor y son compensados económicamente por ello. Estos trabajadores no son prescindibles al estar presentes en casi todos los ámbitos de la vida económica por toda la geografía del país. Los encontramos supervisando el funcionamiento de infraestructuras, en el transporte de mercancías, como albañiles en la construcción, como cajeras en los supermercados, en la limpieza de toda clase de instalaciones, en las panificadoras elaborando pan, en el cuidado de personas mayores, etc. Echarlos del país, como quien tira la basura a un contenedor en medio de la noche, no sólo sería inmoral, sino que generaría un daño terrible para millones de personas del pueblo llano que se benefician de sus servicios, además de generar un clima de violencia, odio y desesperación inconcebibles y absolutamente inaceptables.
Las consecuencias de la expulsión de millones de extranjeros tendrían un alcance internacional considerable. Basta de ejemplo que las actuales deportaciones de la administración de Trump, que no son, ni mucho menos, masivas, ya están generando serias dificultades a nivel diplomático para su ejecución debido a las negociaciones que requieren con los países receptores y la inseguridad jurídica que todo esto puede entrañar. En este sentido, una acción unilateral de esta naturaleza y magnitud podría ser interpretada como un acto hostil por otros países y conducir a un conflicto internacional con consecuencias impredecibles. Se trataría, en primer lugar, de una violación del derecho internacional que, hay que recordar, se basa en una serie de costumbres y principios comúnmente aceptados que en muchos casos son anteriores a los Estados. Estas costumbres y principios han articulado las relaciones internacionales durante siglos y han sido codificados en tratados, convenios, etc., configurando así el llamado derecho positivo.
La expulsión unilateral de toda la población extranjera en Europa implicaría: 1) la violación del principio de no discriminación consagrado en numerosos tratados y convenciones, como la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; 2) la violación del Derecho Internacional de Refugiados, pues si entre la población extranjera hay personas que cumplen con los criterios para ser consideradas refugiadas o solicitantes de asilo, su expulsión podría violar el principio de no devolución, que prohíbe expulsar o devolver a una persona a un país donde podría enfrentar persecución o graves violaciones de derechos humanos; 3) la violación del Derecho Internacional Humanitario, pues en el caso de que la población extranjera incluya a personas en situación de conflicto armado o crisis humanitaria, su expulsión pondría en peligro la vida de civiles y personas no combatientes en tiempos de guerra o conflicto, lo cual constituye una violación del derecho de gentes; 4) la violación de la Declaración Universal de Derechos Humanos y diversos tratados de derechos humanos regionales e internacionales, pues la expulsión masiva de población extranjera implicaría la violación de derechos humanos fundamentales, como el derecho a la vida, la libertad, la seguridad personal, y el derecho a no ser sometido a tratos inhumanos o degradantes. Una actuación así podría catalogarse como un crimen contra la humanidad según la Convención de Ginebra.
Sin embargo, a los demofascistas, al igual que sus homólogos en Norteamérica y en Europa central, no les importa nada de lo antes descrito. Por el contrario, entienden que la distribución del espacio geográfico debe establecerse en función de los diferentes grupos étnicos existentes, lo que ya refleja el cariz racista de su propuesta política al partir de la premisa de que cuestiones raciales impiden la convivencia entre personas y poblaciones debido a la amenaza existencial que entraña el mestizaje. La identidad cultural es ligada así a una herencia genética específica, por lo que los cambios en esta última afectan a la cultura de las sociedades. En lo que a esto respecta, los demofascistas sostienen una concepción romántica, nostálgica, anquilosada, fosilizada y estática de la cultura e identidad. Una visión esencialista en la que cultura, moral, valores, etc., están intrínsecamente unidos, de un modo orgánico,[29] a una etnia y a una herencia genética que, a su vez, mantienen una íntima conexión con el medio geográfico en el que se han formado y desarrollado. Esto lleva a los demofascistas a afirmar que la evolución de una lengua se produce en conjunción con un lugar y su paisaje, pero también con una historia, una cosmovisión y una estructura física, biológica y genética de quienes la hablan. Según este razonamiento, dicha unidad debe mantenerse al existir el peligro de que la alteración de una de las partes trastoque completamente al conjunto y finalmente desaparezca. Por este motivo los demofascistas consideran la inmigración una amenaza existencial para los pueblos blancos europeos, fenómeno que, según su teoría conspiracionista, forma parte de una estrategia genocida para su completo exterminio.[30]
La perspectiva de los demofascistas acerca de la cultura e identidad y su correspondiente base biológica entronca con otras corrientes ideológicas del radicalismo de derechas. Esto es lo que sucede con la visión de la Nueva Derecha francesa, espectro cultural y político que se desarrolló en Francia durante las décadas de 1970 y 1980 bajo el liderazgo de diferentes intelectuales como Alain de Benoist o Guillaume Faye. Desde la Nueva Derecha también se considera que la cultura tiene un fundamento biológico que hace de ambas una realidad indisociable. La cultura es así una realidad vinculada a la naturaleza.[31] La alteración de la base étnica sobre la que se asienta la cultura conduce a la alteración de esta última. Este planteamiento sirvió como base argumental de la extrema derecha para justificar la crítica de la inmigración desde un punto de vista nacionalista e identitario. Esto llevaba aparejado, asimismo, una política de apartheid entre las culturas y grupos étnicos, de forma que cada sociedad debe desarrollarse en un espacio diferente y específico, separada de todas las demás, pues las culturas no pueden intercambiarse de manera fructífera. En gran medida la Nueva Derecha contribuyó a reformular diferentes elementos ideológicos del nacional socialismo mediante una aproximación intelectualmente sofisticada que combina distintas corrientes filosóficas, antropológicas y sociológicas contemporáneas en la explicación de los fenómenos culturales e identitarios.
El nacionalismo blanco de los demofascistas, así como las premisas filosóficas de las que parte, son coincidentes no sólo con las de la Nueva Derecha francesa, sino también con los postulados nazis que, a su vez, tienen su principal fuente intelectual en el romanticismo alemán del s. XIX sobre el que asentaron su visión organicista de la cultura e identidad. Las contribuciones de Walther Darré son muy clarificadoras en lo que a esto respecta, pues la identificación de un grupo étnico con un determinado espacio geográfico es central en el discurso nacional socialista,[32] al igual que en el demofascista. En el caso de este último es Europa, como continente, el espacio vital de los europeos que debe ser preservado para que la cultura de los europeos blancos y su herencia genética pervivan, todo lo cual exige la deportación masiva de los inmigrantes procedentes de otras regiones del planeta al constituir una amenaza existencial.
El etnonacionalismo de los demofascistas refleja una noción esencialista de las identidades culturales de grandes grupos humanos que es coincidente con la de los nazis y los extremistas de derecha contemporáneos. Este esencialismo se combina con una visión estática y anquilosada de la cultura e identidad colectiva, cuando la realidad es justamente la contraria, es decir, tanto la identidad como la cultura son contingentes, cambian con las nuevas generaciones, y estos cambios incluyen la incorporación de elementos de las culturas de otras sociedades. Esto se debe a que la cultura e identidad son el complejo resultado de la fusión de elementos culturales e identitarios de diferente procedencia fruto de las interacciones entre individuos de distintas sociedades y culturas. No hay nada puro, entendido en el sentido de homogéneo, ya sea en los genes, en la cultura, en la lengua, etc., de una determinada sociedad, sino que bajo estas realidades subyacen múltiples mezclas y transformaciones fruto de todas aquellas experiencias que han contribuido a originar una sociedad única y diferenciada de las demás.
Conclusiones
Democracia y limpieza étnica no son incompatibles. De hecho, tal y como se ha explicado a lo largo de todo este artículo, la democracia establece las condiciones favorables para que dichos procesos de desplazamiento forzado de la población se produzcan sin necesidad de implantar un sistema totalitario. En este sentido, puede afirmarse que la democracia puede evolucionar y funcionar como cualquier otro sistema totalitario.[33] No es incongruente, por tanto, que en el marco de sistemas democráticos se adopten políticas abiertamente genocidas, lo que refleja una clara degradación moral de la sociedad que tiene su corolario en las decisiones políticas que se toman en relación con la población extranjera.
Los demofascistas son la expresión más brutal y agresiva de esa degradación moral de la sociedad en la medida en que su programa político incluye una limpieza étnica a escala continental. Todo esto obedece, por un lado, a una narrativa conspiracionista que habla del genocidio blanco y del gran reemplazo o sustitución étnica, lo que constituye un irracionalismo sobre el que se sustenta su principal base argumental. A esto le acompañan, como se ha explicado a lo largo de este artículo, los presupuestos ideológicos que subyacen a dicha visión de la población inmigrante, y que permite racionalizar en términos de teoría política la narrativa irracional de esta secta política conspiracionista. Esto es lo que se desprende de la identificación del “demos” con un “etnos” que en este caso es la población blanca europea frente a la población foránea que representa la negación existencial de la identidad de los europeos nativos. Todo esto refleja la base etnonacionalista del ideario demofascista, lo que se une, a su vez, a la naturaleza del proyecto político de la democracia directa, el cual implica la búsqueda de la homogeneidad social y, consecuentemente, la represión de toda diversidad y pluralidad social.[34] Los extranjeros no tienen cabida en su proyecto político.
La identificación de una relación entre la cultura e identidad con la base étnica y, por tanto, biológica de la población constituye el cimiento de carácter racista que subyace en el programa político demofascista y en su ideología etnonacionalista. La limpieza étnica constituye, entonces, la consecuencia lógica de entender que cualquier tipo de convivencia o coexistencia entre individuos con un bagaje étnico y racial diferentes es imposible, y que el mestizaje y las relaciones interraciales son una amenaza para la supervivencia de los europeos. En lo que a esto se refiere, el proyecto demofascista es completamente hostil hacia la persona al buscar privarle de cualquier autonomía y capacidad de decisión en relación con su estilo de vida. Los demofascistas proponen una sociedad en la que el individuo se someta al grupo y cumpla sus obligaciones hacia este, lo que incluye la transmisión de los genes blancos europeos a las generaciones futuras y su preservación de cualquier tipo de mezcla racial.
La limpieza étnica, y la consecuente guerra racial que ella entrañaría, constituye una tarea ineludible para los demofascistas para garantizar la existencia de los europeos blancos y un futuro para su descendencia.[35] Constituye un proyecto político en sí mismo. El sistema político que propugnan, la democracia directa, plantearía este tipo de escenario debido a su naturaleza totalitaria, pues las personas carecerían de libertades individuales. El discurso racista, polarizador y divisivo de los demofascistas, quienes demonizan a los inmigrantes en todo momento, únicamente alimentaría lo peor de la sociedad en el marco de una democracia directa como la que para forzar la expulsión masiva de extranjeros al presentarlos como una amenaza y, por tanto, como un problema de seguridad.
Así pues, el programa político de los demofascistas españoles se alinea con las fuerzas más reaccionarias de Europa y de Norteamérica, y subraya la naturaleza totalitaria de este tipo de propuestas que, en comparación con sus homólogos extranjeros, son incluso más extremas y radicales. Todo esto constata el carácter dañino del demofascismo y la RI en tanto sus objetivos, aunque irrealizables por ahora, supondrían la destrucción de la economía y la sociedad, además de entrañar una flagrante y brutal vulneración de las libertades individuales al aspirar a imponer su propia moral biológica para controlar a las personas y, de este modo, materializar sus aspiraciones segregacionistas, totalitarias y racistas que definen su agenda política e ideología etnonacionalista.
[1] Con este comentario, Trump evocó los comentarios que Adolf Hitler hizo en su momento sobre la sangre de los alemanes y la influencia de otros pueblos considerados inferiores. Gibson, Ginger, “Trump says immigrants are ‘poisoning the blood of our country.’ Biden campaign likens comments to Hitler.”, NBC News, 17 de diciembre de 2023.
[2] Aunque esto ya ha sido ampliamente tratado en otras ocasiones, no está de más recordar que la democracia es el gobierno de la mayoría, y que las diferentes tipologías de democracia simplemente varían en el modo en el que se configuran dichas mayorías. EE.UU. es una democracia representativa, pero una democracia, al fin y al cabo. “Crítica a la democracia directa (I): una aproximación libertaria”.
[3] Proto, L. “En Alemania no solo ha ganado la AfD: ha ganado la ultraderecha de la ultraderecha”, El Confidencial, 2 de agosto de 2024.
[4] Hille, Peter, “German ‘remigration’ debate fuels push to ban far-right AfD”, DW, 12 de enero de 2024. Escritt, Thomas y Andreas Rinke, “Far-right party denies backing deportation of ‘unassimilated’ Germans”, Reuters, 16 de enero de 2024.
[5] Este análisis puede encontrarse en “Demofascismo”. Ver también: “Crítica a la democracia directa (XII): un sistema totalitario”.
[6] Mann, Michael, The Dark Side of Democracy: Explaining Ethnic Cleansing, Cambridge, Cambridge University Press, 2005.
[7] “Demofascismo e inmigración: la nueva guerra racial”.
[8] Rodrigo Mora, Félix, “No a la emigración en Euskal Herria y en toda Europa”, p. 89.
[9] Ibidem, p. 12.
[10] Nótese que este planteamiento es exactamente el mismo que el sostenido por David Lane, el ya fallecido neonazi y supremacista blanco estadounidense, para quien el mestizaje es una forma de genocidio contra los blancos, y que aboga por una segregación racial para asegurar la existencia de los blancos y la correspondiente transmisión de sus genes a las generaciones futuras. Lane, David, “White Genocide Manifesto”, en Lane, Katia (Ed.), Deceived, Damned & Defiant: The Revolutionary Writings of David Lane, Idaho, 14 Word Press, 1999, p. 3.
[11] Rodrigo Mora, Félix, Manual de la Revolución Integral, p. 113.
[12] Idem, “No a la emigración en Euskal Herria y en toda Europa”, p. 50.
[13] Esta cuestión fue ampliamente tratada por Michel Foucault a lo largo de la mayor parte de su obra, así que sólo cabe remitirse a sus contribuciones en este ámbito. Foucault, Michel, Historia de la sexualidad. 1. la voluntad de saber. Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2020. Ver también: Agamben, Giorgio, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia, Pre-Textos, 1998. Lemke, Thomas, Introducción a la biopolítica, México, Fondo de Cultura Económica, 2017. Esposito, Roberto, Bíos. Biopolítica y filosofía, Buenos Aires, Amorrortu, 2011.
[14] Rodrigo Mora, Félix, “No a la emigración en Euskal Herria y en toda Europa”, p. 92.
[15] Ibidem, pp. 52-53.
[16] Ibidem, p. 53.
[17] Bases para una Revolución Integral, p. 16 (versión epub).
[18] Los regímenes democráticos, al igual que los totalitarios, también han menoscabado la libertad sexual del individuo. Así, por ejemplo, en EE.UU., una democracia liberal, eran ilegales los matrimonios interraciales en diferentes Estados, además de las relaciones íntimas entre personas de diferentes razas, hasta que en 1967 el tribunal supremo, con su sentencia en el caso de Loving contra Virginia, revocó estas leyes al considerarlas inconstitucionales. En este mismo país, hasta principios del s. XXI, pervivieron leyes que prohibían las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, así como determinadas prácticas sexuales consentidas, incluso si estas se producían dentro del matrimonio. El demofascismo parece plantear una regresión en lo que a la libertad sexual se refiere, una prueba más de su ideario totalitario.
[19] El politólogo Benedict Anderson es el que acuñó este concepto con el que hace referencia a realidades sociales construidas como ocurre con el concepto de nación. En tanto construcciones sociales, carecen de una existencia ontológica y se articulan a través de ideas e imaginarios. Anderson pone diferentes ejemplos en relación con el concepto de nación, tales como los mapas geográficos, los museos, el censo, etc., que contribuyen a moldear dicha comunidad imaginada. Otro autor que ha incidido en esta misma idea desde un punto de vista diferente, y con un desarrollo teórico independiente del de Anderson, es Cornelius Castoriadis. A pesar de que estas comunidades no tienen existencia ontológica se las trata como si fueran realidades con entidad propia, por encima de los individuos que se supone que las conforman. En general, todas las ideologías comunitaristas asumen este punto de vista, es decir, la comunidad es algo que trasciende a los individuos y que tiene existencia propia. Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 2005. Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad, México, Tusquets, 2013.
[20] Esta posición ideológica obedece a la naturaleza totalitaria del demofascismo que ya fue explicada amplia y extensamente en el artículo “Demofascismo”, donde se expone la relación de continuidad que existe entre la democracia y el totalitarismo.
[21] Rodrigo Mora, Félix, “No a la emigración en Euskal Herria y en toda Europa”, p. 83.
[22] Se emplaza a la lectura del artículo “Demofascismo” donde se demuestra esta afirmación.
[23] Rodrigo Mora, Félix, “No a la emigración en Euskal Herria y en toda Europa”, p. 82.
[24] Ibidem, p. 88.
[25] Ibidem, pp. 82-83. Este argumento, por lo demás, no se diferencia del que han utilizado durante décadas los jerarcas del Partido Comunista de Cuba en relación con los cubanos balseros que huían de la isla en dirección a EE.UU. Es de suponer que, si se aplica el mismo razonamiento, los alemanes que intentaban saltar el muro de Berlín en su huida de la Alemania oriental también corrían detrás del dinero y del consumo en la Alemania occidental. Dado que los demofascistas describen los regímenes que imperan en África como dictaduras despiadadas, lo cual tiene mucho de cierto, resulta muy difícil pensar que esa no sea una posible motivación para huir de sus países. Una motivación que es tan legítima como la de los cubanos que huyen a EE.UU., o la de los alemanes orientales que huían a Berlín occidental. Los demofascistas probablemente consideren este tipo de comportamiento un acto de cobardía como consecuencia de la superioridad moral que se arrogan. Sin duda, la prepotencia e ignorancia son muy atrevidas entre quienes ejercen el rol de vanguardia revolucionaria.
[26] Otras fuentes hablan de 6,5 millones de extranjeros de una población total de 48,6 millones. Sanderson, Rachel, “Madrid’s New Arrivals Stir a Toxic Political Stew”, Bloomberg, 4 de marzo de 2024.
[27] Los demofascistas sostienen el muy manido argumento de que los extranjeros le roban el trabajo a los trabajadores locales. Se trata de un punto de vista xenófobo de larga data que los grupos neonazis y demás organizaciones de extrema derecha llevan utilizando, con diferentes palabras, desde hace décadas.
[28] Fundación BBVA, “El valor del capital humano que pierde España por el efecto de la emigración supera los 150.000 millones de euros en 2022, un 40% más que antes de la COVID-19”, Fundación BBVA, 22 de diciembre de 2023.
[29] La perspectiva organicista de los demofascistas tiene realmente poco de orgánica debido a que se basa en una concepción estática y artificial del ser humano, la cual no es real. El ser humano es pura contingencia, de ahí que ni la filosofía ni la ciencia modernas hayan sido capaces de definir la vida humana y sus manifestaciones como la cultura, el arte, etc. En este sentido, puede decirse que esa visión artificial y estática conlleva asumir de un modo implícito una concepción del ser humano que lo considera susceptible de ser manufacturado, moldeado y estandarizado, lo que permite en última instancia convertirle en algo completamente desechable.
[30] Rodrigo Mora, Félix, “No a la emigración en Euskal Herria y en toda Europa”, p. 11.
[31] Benoist, Alain de, La nueva derecha, Barcelona, 1982, pp. 164-165.
[32] Darré, Walther, La raza: nueva nobleza de sangre y suelo, Barcelona, Wotan, 1994.
[33] Esto es algo que fue abordado de manera pormenorizada en “Crítica a la democracia (XII): un sistema totalitario”.
[34] Se recomienda la lectura de “Crítica a la democracia directa (IX): la homogeneidad”.
[35] Nótese la coincidencia del ideario demofascista con el eslogan de David Lane que dice: “Debemos asegurar la existencia de nuestro pueblo y un futuro para los niños blancos”.